23 septiembre 2007

Las alegres encuestas

José Raúl González Merlo
Miembro Junta Directiva
CIEN

Las encuestas electorales no son cosa nueva. Todos los años han sido criticadas por quienes tienen los peores resultados. Sin embargo, en estas elecciones, las críticas han sido particularmente incisivas. En buena medida porque el margen de error fue más amplio que el esperado. Unos piden regulación, otros piden prohibición. Ambos están equivocados.

Los medios entraron en una peligrosa espiral en aras de elevar la circulación de sus respectivos diarios. Las encuestas per se no tienen nada de malo para alcanzar ese objetivo; sin embargo, minimizaron los riesgos de realizarlas. Pagar y divulgar las encuestas es asumir como propia la responsabilidad de la exactitud de sus resultados. De esta manera, el medio de comunicación pone en riesgo su activo más importante: la credibilidad.

Lo anterior se puede resolver de dos maneras. La primera es aceptar que el medio no tiene necesidad de hacer encuestas y no hacerlas más. La segunda es reconocer públicamente que la encuesta es una medición inexacta de una realidad en un momento determinado. Todos son culpables de haber caído en la arrogancia de creer que su encuesta era la mejor y, dados los resultados, lo único que se comprobó es que habían unas menos peores que otras.

Por lo tanto, si continúan con las encuestas, al menos, deben colocar una leyenda que diga algo como: “Esta encuesta no es ni pretende ser una predicción de los resultados electorales ya que los resultados reales pueden variar significativamente. Tampoco debe ser utilizada como una herramienta de propaganda electoral. Usted no debe decidir su voto en base a esta encuesta sino a los criterios que considere importantes de cada candidato.”

Esta muestra de humildad podrá proteger a los medios de lo que ya es un tema de conversación: que las encuestas fueron usadas para favorecer a unos y perjudicar a otros. Lo cual es una infantil racionalización, de los candidatos que así lo insinúan, para justificar su pobre y mediocre desempeño. De la misma manera que hay poca evidencia de que el voto sea endosable; la influencia de las encuestas en la intención de voto es, en el mejor de los casos, dudosa. Mi interés es proteger la credibilidad de los medios no la de los candidatos.

Pero lo peor que podríamos hacer es permitir que el gobierno regule o prohíba las encuestas. Las mismas son una legítima expresión del pensamiento, protegida constitucionalmente. Debatirlas, criticarlas, analizarlas técnicamente y transparentarlas es lo mejor. Y el medio que no lo haga, que se atenga a las consecuencias y siga el camino del desaparecido diario El Gráfico. A poner las barbas en remojo pues…

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