15 enero 2007

¿Corralito o Crisis Fantasma?

Hugo Maul Rivas
Director Área Económica
CIEN


Mi colega Mario Cuevas lo denominó “corralito fantasma”. Para los que no estén familiarizados con dicho término, en Argentina se “denominó corralito a una restricción a la extracción de dinero en efectivo de plazos fijos, cuentas corrientes y cajas de ahorro impuesta por el gobierno en el 2001. El objetivo que se perseguía con estas restricciones era evitar la salida de dinero del sistema bancario, intentando evitar así una corrida bancaria y el colapso del sistema” (tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/Corralito). Legalmente en Guatemala, de jure, no hemos llegado a un dicha situación, sin embargo, de facto, estamos sufriendo las consecuencias de algo muy parecido. Millones de guatemaltecos se han visto imposibilitados de disponer de sus depósitos bancarios como mejor les parezca. Lo que los ha obligado a utilizar medios electrónicos de pago, buscar efectivo como quien busca agua en el desierto, pedir fiado, dejar de pagar las deudas o simplemente resignarse ante la adversidad. Para todos ellos la situación actual de fantasmal no tiene nada, aunque legalmente no sea un corralito.

Para tratar de entender lo “fantasmal” en la referencia de Cuevas, es necesario acudir al diccionario de la RAE, el cual define a un fantasma como una “visión quimérica como la que se da en los sueños”. Es decir, una visión ““fabulosa, fingida o imaginada sin fundamento”. En el caso nuestro, lo fantasmal del asunto puede deberse a la actitud con que algunas autoridades afrontan los problemas. Como queriendo dar a entender que todo está bajo control, que no hay nada que temer; el fantasma del FOPA puede rescatar a todos o las fabulosas intervenciones del gobierno pueden salvar a muchos banqueros poco cuidadosos y, quien sabe, sino mal intencionados. Como queriendo dar a entender que todo ha sido producto de la mala suerte; que la regulación ha funcionando perfectamente y que la solvencia del sistema está garantizada. Lamentablemente, aunque las autoridades tuvieran razón, cada vez es más difícil creer en lo que dicen y en lo que hacen. Aunque el optimismo oficial fuera completamente fundado, la rápida erosión en la credibilidad de las autoridades dificulta convencer al público acerca de la “normalidad” de la situación. Pérdida de credibilidad que, por sí misma, es capaz de agravar cualquier problema. Y de haber razones fundamentales, la falta de credibilidad es capaz de desatar una crisis. Las autoridades monetarias están jugando con fuego y saben las consecuencias de ello. Esperemos que no se quemen en su juego porque los “chamuscados” seremos los demás.

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