27 enero 2008

Guatemala y la Recesión

Hugo Maul Rivas
Director Área Económica
CIEN

Para bien o para mal no estamos aislados del resto del mundo. El cambio de “marea” a nivel mundial finalmente nos tendrá que afectar. Por supuesto, en la medida que dicho cambio de marea ocurra de manera abrupta, mejores son las perspectivas para una economía como la nuestra. En este momento los presagios acerca del futuro de la economía mundial apuntan en todas direcciones. Desde quienes vaticinan, en un tono casi apocalíptico, que Estados Unidos entrará a la peor recesión de la posguerra hasta discursos como los del FMI que dicen, en un tono muy mesurado, que la situación no es tan complicada. En todo caso, en lo que parecen estar todos de acuerdo es que la economía mundial crecerá por debajo de su potencial en los próximos años.

Crecer por debajo del potencial de largo plazo no implica necesariamente una recesión, sino simplemente no crecer de acuerdo a la capacidad máxima de la economía. En los últimos cinco o seis años la economía mundial creció de acuerdo a dicho potencial, lo que podría llamarse un período de “marea alta”. La gran mayoría de economías del mundo experimentaron una mejora en sus tasas de crecimiento. Los riesgos en el período de marea baja consisten en subir más lentamente, dejar de subir o, incluso, empezar a bajar.

Países como los nuestros, cuales insignificantes embarcaciones, es poco lo que pueden hacer para oponerse este cambio de marea. Esto, sin embargo, no quiere decir que no deban hacerse ajusten en la política económica local. Al contrario, es mucho y muy importante lo que puede hacerse a través de la política fiscal y monetaria. Dependiendo de la profundidad y duración del período de “marea baja” mayor será la importancia de mantener una férrea disciplina fiscal y monetaria. Pretender estimular la actividad económica mediante reducciones de impuestos o aumentos del gasto público son el tipo de medidas que sólo sirven para poner en riesgo la estabilidad macroeconómica. Mientras existan las rigideces actuales en la forma en que se gasta, tanto en lo que se refiere al destino como a la eficiencia en el uso de los fondos, es limitado el efecto que puede tener una expansión del gasto público sobre la actividad económica. Además que, a mediano y largo plazo, dichos aumentos terminarían traduciéndose en inflación y mayores tasas de interés.

Mientras la mayor parte de la población opere en la informalidad y la cantidad de contribuyentes sea tan limitada, es muy pequeño el impacto que una reducción de impuestos podría tener sobre la actividad económica de corto plazo. Lo que sí es seguro es que dichas reducciones resultarían en aumentos en el déficit fiscal. Contrario a los paquetes de estímulo que se acostumbran en países como Estados Unidos, en países como Guatemala la dirección debe ser la contraria: mantener el déficit fiscal bajo control y observar una política monetaria conservadora. La prudencia siempre es una buena estrategia cuando las corrientes cambian de dirección. Más aún cuando el mar se embravece.

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