06 mayo 2007

Populismo Legislativo

Hugo Maul Rivas
Director Área Económica
CIEN


Favores a cambio de votos; lo importante es obtener apoyo electoral. El costo o las consecuencias sociales y económicas de las decisiones salen sobrando. ¿De qué otra manera puede juzgarse la iniciativa de la semana pasada en torno al asunto magisterial? Populismo puro; almuerzo gratis. Algo que movimientos populistas, de izquierda o derecha, hacen a cada rato. Lo relativamente novedoso de nuestro caso es que sea el congreso quien tome el lugar que generalmente ha correspondido a los Chávez, Ortegas, Garcías, etcétera. Tal “populismo legislativo” puede tener muchas explicaciones. Una de ellas, como ya se dijo, un puro oportunismo electoral. Otra podría ser un deseo sincero de los diputados de congraciarse con el “pueblo”. Lo cual resultaría entendible después de lo que está pasando con los diputados y políticos tradicionales en países como Ecuador. En donde, a pesar de haber sido electos democráticamente, centenares de diputados y políticos tradicionales han tenido que salir por la puerta de atrás sin que el “pueblo” los respalde. Un claro rechazo contra la clase política gobernante. Ahora bien, pretender revertir esta tendencia mediante el “populismo legislativo” es querer tapar el sol con un dedo. Sobre todo cuando dichas medidas no hacen más que mantener los privilegios de quienes siempre han salido favorecidos con las políticas de gobierno.

El hecho que tales medidas, supuestamente, vayan encaminadas a beneficiar a cierto grupo social no garantiza nada. Ya que como dice, A.Touraine, sociólogo francés, “el hecho que se formen movimientos a partir de la desesperanza y con ánimo de revuelta resulta fácil de comprender, pero son éstos, precisamente, los que en su interior portan una serie de extravíos ideológicos, aberraciones que se sirven de la falsa idea la impotencia de las víctimas. Y que tal convicción es peligrosa, en la medida en que conduce la protesta a un callejón sin salida, al mantenimiento de cierto estatalismo anticuado, lo que beneficia tan sólo a aquellos ideólogos que hablan como representantes de un pueblo que por sí mismo no sabría, según ellos, defender concientemente sus intereses y mejorar su situación”. Una cosa es congraciarse con el pueblo, la otra con los “ideólogos que se atribuyen el monopolio de del análisis y de la acción”. Una cuestión es hablar de los niños y otra de los privilegios de quienes quieren mantener un “estatalismo anticuado”.

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