14 mayo 2007

Discurso de graduación. Mayo 2007

Edwin Xol Yalibat
Investigador
CIEN

Q ’eqchi’:

Sa’hil ch’olejil chi okere li jo’ki’al quankex arin.
Xb’enqua naqab’antioxi chiru xnimla Quabej Dios
Naq xsi qe li loqlaj hoonal a’in
Re li hulak sa’junjunq k’anjel re li qa yu’am
Ut re xquotxb’al li nimla maatan a’in
Rik’ineb’ chijunil li quas quiitz’in oxloq’inb’ileb’.

Castellano:

Buenos días a todos, agradecemos a Dios por la oportunidad de llegar a este momento de nuestras vidas y por permitirnos compartir este triunfo con las personas que apreciamos y admiramos.

Quiero centrar este discurso, el cual me es un honor pronunciar en representación de mis compañeros, en dar respuesta a una sencilla pregunta: ¿qué es lo más valioso que de esta universidad nos llevamos?

En primer lugar, diría que nos llevamos recuerdos, unos felices otros no tanto; de las alegres conversaciones en los pasillos, de nuestros cabeceos en plena clase; de las veces en que nos lucimos con buenas preguntas; del día en que conocimos a nuestros mejores amigos o de cuando nos enamoramos; de los aborrecidos privados; de las terribles tentaciones de copia; o de de los frecuentes desvelos, con la única y fiel compañía de los litros… de café o bebidas energéticas.

Recuerdos agradables de los trabajos en grupo, aquellos en que un 70% del tiempo lo dedicábamos al diálogo socrático; un 20% en memoria del profesor y el auxiliar del curso; y un 10%, ininterrumpido, al trabajo que debíamos entregar, ya no el día siguiente, sino en las próximas dos o tres horas. Y, sin olvidar, las entretenidas imitaciones que, como buenos alumnos, realizábamos de nuestros profesores. Porque debo decirles que el buen alumno tiene un afán inagotable por aprender y no se conforma con las lecciones de su maestro; también aprende sus gestos y ademanes; repite sus dichos; e imita su caminar o su estilo de impartir las clases.

Diría, también, que de esta universidad nos llevamos conocimientos de vanguardia. Pero más que conocimientos, nos llevamos actitudes y valores, de aprender y desaprender continuamente, de apreciar el largo sobre el corto plazo, de cuestionar y analizar críticamente, y de ser los generadores de los cambios.

Aquí aprendimos el significado de la excelencia, reflejada en el trabajo diario de los asistentes, de las secretarias y de aquellos seres invisibles e incansables, cuyos nombres nunca conocimos, pero que de día y noche, velaban por nuestra seguridad, cuidaban los jardines, barrían las gradas y preparaban nuestros salones de clase. Ellos nos enseñaron que nuestra misión no siempre se cumple desde los lugares más visibles, pero no por ello somos menos importantes.

Finalmente lo que considero más valioso: nos llevamos ideales, convicciones y sueños, que siempre encontramos en nuestras autoridades y en nuestros catedráticos. De ellos aprendimos que los gobiernos, en su afán de querer dirigir todos los ámbitos de la vida social, pueden cometer el grave error de destruir nuestras capacidades; que los monopolios trasladan injustamente la riqueza de unos hacia otros; y que la verdadera solidaridad no necesariamente se demuestra con envíos de cooperación internacional, sino en que nos abran los horizontes y nos permitan demostrar el potencial que los guatemaltecos tenemos.

Todos nosotros nos llevamos la ineludible responsabilidad de contribuir, desde nuestras respectivas profesiones y posiciones, a la construcción de un Estado fuerte, que no sucumba ante las presiones sectoriales ni se arrodille ante el poder del narcotráfico y el crimen organizado; que propicie oportunidades para aquellos que en su búsqueda sólo han encontrado muros; que represente a quienes nunca figuran en los cabildeos ni toman parte en las manifestaciones; y que nos permita ser solidarios, no por la fuerza de las leyes, sino por el ímpetu de nuestras convicciones.

Nos llevamos el desafío de llevar a cabo una revolución que cambie el rumbo de nuestra historia, pero no con armas, amenazas o violencia, ni desde trincheras ideológicas que nos ciegan y nos conducen a ver enemigos en nuestros propios hermanos, sino a través del diálogo abierto y franco, del cuestionamiento respetuoso y el triunfo de las ideas.

Nos vamos con el sueño que un día seremos un país sin lucha de clases; donde no nos avergoncemos de nuestro origen; y donde todos vivamos bajo una misma bandera. Nos vamos con la certeza que hoy, aquí y desde este momento, Guatemala inicia el camino a convertirse en un faro de luz a las demás naciones del mundo; más próspera que la Venecia del siglo XV; más influyente que la Atenas del siglo V a. de C. y más grande que la Florencia del Renacimiento.[1]

Queridos amigos, de la Universidad Francisco Marroquín, nos vamos con gratos recuerdos que le dan sentido a nuestro pasado; con nobles ideales que trascienden nuestro presente y con grandes sueños que le ponen alas a nuestro futuro.

Finalizaré, parafraseando unos versos del poeta guatemalteco Alberto Velásquez, los mismos que el doctor Manuel Ayau mencionara en 1972, en el discurso de inauguración de esta gloriosa universidad:

Que Dios nos ayude a ser hombres
Hombres limpios y sin antifaz,
Que vivamos una vida sin sombras,
Y que busquemos siempre la verdad.
Que hagamos parábolas de nuestra conducta
Y llenemos de actos nobles nuestra parquedad.

Queridos colegas, que el triunfo de hoy, más que nuestro, sea para los que han creído en nosotros y han puesto en nuestra generación su esperanza. Que los éxitos venideros enaltezcan el nombre de nuestra alma máter. Y que la vida profesional que hoy iniciamos contribuya al engrandecimiento de nuestra Patria.

¡Muchas gracias!

Universidad Francisco Marroquín



[1] Armando De la Torre, Discurso a los graduados durante el acto de graduación; Mayo 2002

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