¿Medidas o Expectativas?
Director Área Económica
CIEN
Nadie pone en duda que la situación económica es particularmente difícil. Si bien la tasa de inflación se resiste a caer, el crecimiento económico se ve cada día más comprometido y la creación de empleo no reporta grandes cambios, tampoco puede decirse que estemos ante una crisis severa. Al menos, no más severa que la situación que prevalecía hace unos tres o cuatro meses. De hecho, la situación actual no es mucho muy diferente a la que prevalecía a finales del año pasado. La diferencia principal entre lo que sucede hoy y lo que sucedía hace cuatro meses, en buena parte, es producto de las elevadas expectativas que se generaron durante la pasada campaña electoral. Expectativas que hoy son muy difíciles de validar para el gobierno de turno. Faltando dos o tres meses en el poder, y sabiendo que su candidato presidencial estaba fuera de la contienda electoral, eran pocos los incentivos del gobierno de Berger hacer grandes promesas respecto al mejoramiento de la situación económica de corto plazo. El partido que hoy gobierna, en campaña en ese entonces, tenía los incentivos para hacer todo lo contrario.
Más que un deterioro real de las condiciones económicas en los últimos noventa días, el problema que hoy se vive parece ser el de un tempranero desencanto con las promesas hechas en campaña. Un problema de expectativas no cumplidas. Si no se hubiera prometido nada, o se hubieran prometido menos, seguramente hoy el escenario sería otro. Sin embargo, dadas las acrecentadas promesas electorales parece ser que no queda más que recurrir al típico discurso que pretende vender “remedios mágicos” a los electores. Prometer que a través de gruesas intervenciones económicas como los precios topes, subsidios, impuestos selectivos, incrementos salariales por decreto, etćetera, se resolverá todo. Cuando se sabe bien que con este tipo de intervenciones el remedio sale peor que la enfermedad. Este tipo de instrumentos han probado ser inefectivos para solucionar problemas como los que hoy vive el país. Al punto que si la única salida fuera el uso de los mismos, sería mejor lidiar con el desencanto y frustración de los electores que con las distorsiones económicas que estos generan. Por supuesto, los políticos resienten de inmediato el desencanto del electorado, no así los efectos negativos de tales distorsiones económicas. Esas las resiente el pueblo. No es de extrañar porque los políticos prefieran “soluciones mágicas” a afrontar los problemas técnica y responsablemente.
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