02 noviembre 2006

La paradoja del salario mínimo

Lisardo Bolaños Fletes
Investigador Asociado
CIEN

Si los políticos y legisladores guatemaltecos se equivocaron, y por lo tanto, no somos agricultores ignorantes y semi-esclavos, ni obreros industriales poco calificados y sindicalizados, entonces resultan válidas las preguntas: ¿En qué tipo de empresas estamos trabajando? ¿Qué tipos de trabajos realizamos? ¿Qué productos estamos realizando?¿Por qué compran dichos productos?

Estas preguntas son relevantes para poder superar los prejuicios-económicos-no-cuestionados sobre la Guatemala de hoy. ¿Por qué? Porque nuestra forma de entender la realidad y de querer cambiarla se modifica ante descripciones distintas. A continuación, les pongo un ejemplo:

Pensemos que en Guatemala abundan los talleres artesanales de confección de ropa que no pagan salario mínimo, ni prestaciones laborales (IGSS, IRTRA, etc.). Sin embargo, a diferencia de las empresas que sí cumplen con toda la legislación laboral y que son vigiladas de cerca por los inspectores de la Inspectoría General de Trabajo, estos talleres logran un elevado nivel de productividad laboral. Esto les permite pagar salarios de Q.5 mil, cuando el salario mínimo no llega siquiera a los Q.2 mil.

¿Tenemos herramientas conceptuales para comprender esto? ¿Qué tipo de política podrían ustedes recomendar? ¿Debiera llegar la Inspectoría de Trabajo a enjuiciar a estos pequeños empresarios que no garantizan el salario mínimo ni pagan el IGSS de sus trabajadores, pero que les pagan Q.5 mil?

Lo que sucede en este ejemplo (que es real, pero que no daré detalles para evitar que se les criminalice por incumplir nuestro Código Laboral), es una aplicación de un principio económico que conocen todos los comerciantes. Los incentivos afectan la productividad de la gente. O en otras palabras, garantízale un salario alto a un vendedor y no venderá nada; pero, ofrézcale una comisión por ventas y esto lo hará esforzarse por vender. En estos pequeños talleres artesanales, sucede algo parecido. El salario mínimo funciona como un salario garantizado y ello hace que los trabajadores quieran producir lo mínimo. Además, esto hace que los empresarios modifiquen su esquema de incentivos, no pudiendo dar los “premios por productividad” que bajo otras ocasiones podrían dar, debido a que el salario mínimo se convierte en un costo ineludible, independiente de la producción del trabajador. Sin embargo, cuando se les paga por unidad trabajada, el trabajador tiene más incentivos para producir.

Si a lo anterior, le sumamos flexibilidad en el horario, el resultado son trabajadores con la posibilidad de trabajar por una mejor calidad de vida. Conozco el caso de una mujer, mamá soltera de 5 hijos, que lleva ya más de tres años trabajando en estos talleres y está feliz porque tiene la oportunidad de darles un mejor futuro a sus hijos. Aborrece la experiencia que tuvo trabajando en empresas formales, porque el salario mínimo y la rigidez de las horas hacían que no pudiera ganar tanto como gana ahora, ya que el sistema de incentivos no estimulaba la productividad. Además, ahora puede ausentarse con mayor libertad de sus labores, en caso que sus hijos se enferman; o, modificar su horario, para llevar y recoger a sus hijos de la escuela. Al mismo tiempo, esta flexibilidad le ha permitido que, cuando se puso la meta de enganchar un terreno, pudiera trabajar más de ocho horas diarias, incluidos los sábados, sin que su jefe tuviera miedo de que ello significara horas-extras improductivas.

Estamos ante una paradoja: el salario mínimo es un obstáculo para mejorar el salario de los trabajadores. Al distorsionar el sistema de incentivos, el salario mínimo reduce dramáticamente la productividad y los salarios de los trabajadores. ¿Cómo cambia esta conclusión nuestra forma de querer cambiar las políticas públicas en Guatemala?

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