25 febrero 2008

Capacitación Laboral

Hugo Maul Rivas
Director Área Económica
CIEN

“La probabilidad que uno de ustedes encuentre un empleo formal, en dónde goce de las prestaciones de ley, tenga cobertura social y gane el salario mínimo, es de menos del 50%. Es decir, la mitad de ustedes tendrán que buscar formas alternas de ganarse la vida”. Cifras difíciles de digerir para un grupo de jóvenes que sueña con graduarse de bachilleres y conseguir un trabajo. El grupo en cuestión eran unos diez jóvenes de quinto bachillerato que conocí en Guastatoya. Aunque estaban concientes de lo difícil que es conseguir un trabajo formal, no lo estaban acerca de que la mitad de ellos tendría que buscar refugio en la informalidad laboral para subsistir. Y aunque parezca paradójico, estos jóvenes están en una mejor situación que la mayoría de los individuos en su generación. En el caso de quienes sólo han recibido la educación primaria, el porcentaje de informalidad es mayor al 80%. Es decir, sólo dos de cada diez individuos logran obtener un trabajo formal. Situación que se agrava aún más mientras menor es el grado de educación de la persona.

Sabiendo que la mayoría de la población termina auto-empleándose o creando micros y pequeños negocios, y que esa proporción crece en la medida que menos educación formal tiene el individuo, sería muy importante considerar el papel que podría jugar la educación no-formal en todo este fenómeno. Sobre todo, la importancia de una política de capacitación para el trabajo, enfocada especialmente hacia jóvenes y población de escasos recursos. En esta materia el reto es tan complejo y de tan grandes dimensiones que se hace necesario pensar en una reforma institucional alrededor del tema. Desde la creación de un mercado de capacitación flexible, competitivo y de calidad, capaz de hacer frente a lo diverso y amplio de la demanda, hasta una separación de las funciones de regulación y prestación de servicios por parte del Estado. Además de la creación de programas de becas-préstamo, organizados alrededor de las demandas laborales existentes, que pudieran ser utilizado por los jóvenes que ingresan al mercado laboral. Así como la promoción del aumento de la cobertura y calidad de la educación no-formal para la población de mayor edad.

No se está hablando de condenar a nuestra población al empleo informal, sino de reconocer que, el corto y mediano plazo, será muy difícil transformar esta característica estructural del país. Y que, en lugar de dejar a estos millones de personas al margen de la construcción de capacidades para el trabajo, ganaríamos más todos si ellos pudieran capacitarse en temas que les permitieran ser más productivos.

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