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Director Área Económica
CIEN
¿Cuándo será el mejor momento? Tal vez nunca; tal vez siempre. Todo depende del contexto. Lo cierto del caso es que una reforma tributaria, sea moderada o profunda, siempre estará sujeta a profundos cuestionamientos. En el caso de la propuesta de reforma tributaria que recientemente conociera el Presidente, la pregunta del “timing” es un asunto de particular importancia. El deterioro de las condiciones económicas nacionales e internacionales demanda un proceso profundo de reflexión acerca del mejor momento para introducir dichas reformas. Hace unos seis, doce o dieciocho meses era casi imposible poder prever el agravamiento de la situación económica mundial. Lo cual no de debe interpretarse como falta de previsión o de capacidad técnica por parte de quienes elaboraron el nuevo “paquetazo”, todos ellos personas honorables y bien intencionadas, sino como el producto de los límites al conocimiento que tenemos todos los seres humanos. ¿Quién se iba a imaginar, hace tan sólo unos meses atrás, que el precio del petróleo estaría hoy cercano a los US$ 120? ¿Quién iba a poder prever, unos semestres atrás, el alarmante aumento en el precio de los alimentos, especialmente de ciertos granos básicos imprescindibles en la dieta del guatemalteco? ¿Quién podría haber vaticinado, hace unos años atrás, la dimensión y duración de los problemas económicos estadounidenses? A decir verdad: nadie. Algunas ideas ciertamente se tenían, sin embargo, las dimensiones actuales de dichos fenómenos, y las que podrían tener en el futuro cercano, nadie lo sabía, y lo sabe, con certeza.
Poner en marcha una reforma tributaria en un entorno en donde tales fenómenos no existen, o donde no son tan agudos, es algo muy distinto a ponerla en marcha en las circunstancias económicas actuales y las que están por venir. Argumentar que la reforma no entrará en vigencia inmediatamente, sino que lo hará a principios o mediados del próximo año, no resuelve el problema de fondo. Dada la turbulencia en los mercados financieros internacionales, la incertidumbre que rodea a los mercados mundiales y los prospectos futuros para la economía estadounidense, es bastante probable que la situación económica sea más complicada durante el año 2009 y años sucesivos que durante el 2008. Es muy diferente impulsar una reforma tributaria en un contexto de inflación baja y controlada y de recuperación generalizada del crecimiento económico, como sucedió con la reforma del 2004, que impulsarla en el contexto de desaceleración económica mundial e inflación en pleno ascenso y, probablemente, en descontrol.
Aunque podría llegar a comprenderse la necesidad de dotar de fondos adicionales al gobierno, es muy diferente obtener dichos fondos durante una situación de bonanza económica que una situación de contracción económica. Pretender aumentar las cargas impositivas en un contexto de “vacas flacas” no parece, al menos desde la perspectiva del sentido común, la más feliz de las coincidencias. Castigar el consumo y la inversión a través de modificaciones, cubiertas o encubiertas, en el IVA y el ISR parece una jugada demasiado riesgosa. Sobre todo cuando se considera que mientras todos se ven obligados a “amarrarse el cincho” para sobrevivir, el gobierno pretende hacer lo contrario. A lo mejor la reforma tributaria es necesaria, pero tal vez este año ni el otro sean el mejor momento para la misma. Dado lo complicado que se avizoran los tiempos, y los ajustes que ya están recayendo sobre consumidores e inversionistas, un poco de prudencia en cuanto al “timing” de la reforma no vendría nada mal.
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